A continuación, redacté un reportaje interpretativo con el objetivo de investigar y averiguar dónde comenzó el error que casi me cuesta la vida. Podéis leerlo tras el artículo.
http://www.elperiodicum.es/opinion/si-pasan-unas-horas-mas-el-chaval-ni-lo-cuenta/
Maquetación en formato prensa escrita Elaboración propia |
El tiempo pasa, me muero
Un joven con apendicitis relata, en primera persona, cómo no le operaron de urgencia por ser de otro pueblo y las horas de espera hasta ser trasladado casi acaban con su vida.
Estoy
acurrucado en el sofá. Ya he cenado y estoy orgulloso porque he cocinado unas
judías verdes con patatas. Me han salido buenísimas. Es un viernes por la noche
cualquiera y me encuentro bien. Pienso que no tardaré mucho en acostarme, salvo
que me entretenga algún programa televisivo o el móvil. En mi cuerpo todo
funciona bien… hasta las doce y media en punto. Comienza un calvario que
duraría hasta diecinueve días: la fiebre me acecha, los escalofríos recorren
mis huesos y unos fuertes golpes en la zona abdominal terminan por paralizarme.
Pero no puedo permanecer quieto, pues los vómitos no tardan en llegar.
Mi
compañera de piso se percata de mi estado y pronto avisa a una ambulancia. El
dolor es tan intenso que me quedo en el suelo, totalmente inmóvil. El 061 llega
a las una y diez de la madrugada. Tres personas han venido para ayudarme,
aunque no empiezan con buen pie. “¿Pero
qué haces aquí, si eres de Bullas?”, me pregunta uno de ellos con mi
tarjeta sanitaria en la mano. Mi compañera le responde desconcertada y tras
consensuar el centro hospitalario al que me llevarán, eligen el Hospital Virgen
de la Arrixaca de Murcia.
Las
pruebas a las que me someten confirman el diagnóstico menos esperado:
apendicitis. Pero no una simple, sino una “aguda muy avanzada”. Me sorprende
ver a un par de médicos muy jóvenes.
Un chico
alto, de pelo corto y moreno, con gafas. Una chica rubia con el pelo largo y
rizado.
“Hola Iván, la operación será inmediata o a primera hora de la mañana. Depende de lo que diga el cirujano”, me informa la médica.
Estoy
relajado, los calmantes que me han suministrado por la vía de mi brazo
izquierdo están cumpliendo su función. Además, reconozco que me alegra el hecho
de estar en un hospital tan prestigioso como la Arrixaca y que me operen allí.
Pero… soñar es gratis y esa noche más aún si cabe. Una noticia inesperada me
golpea con rabia, se aproxima la misma chica de antes:
“No te podemos operar aquí, Iván. No estás empadronado en Murcia, sino en Bullas; por lo tanto, te pertenece el Hospital Comarcal del Noroeste de Caravaca“.
Mi mente
maldice el dichoso empadronamiento, el cual le estaba ganando la partida a mi
salud, mucho más importante que un simple tema burocrático. Sin embargo, no
debo preocuparme ya que todo está listo: el traslado en ambulancia y el
cirujano esperando mi llegada para atenderme el sábado en las primeras horas
del día.
Me
intereso por el tiempo de recuperación y la joven médica me confirma “1 o 2 días si todo va bien”. Perfecto,
pronto volveré a mi casa. Esto será una operación normal, sin más. Pero un
pequeño y significante detalle que la chica no tenía en cuenta era el tiempo.
Las agujas del reloj avanzan al igual que la infección de mi apéndice, sin que
nada ni nadie pueda impedirlo.
En
realidad, sí se podía detener esa proliferación de la enfermedad. Todo era
cuestión de un traslado rápido y urgente, no cuando ya mis órganos estaban
siendo atacados por la plaga infecciosa. Los medicamentos calman, no curan. Una
apendicitis de tal nivel no puede esperar hasta 11 horas para ser tratada. “Si pasan unas horas más… el chaval ni lo
cuenta. Si llega un paciente así a mi hospital, lo primero que hago es
operarle”, reconoce tajante el que acabaría siendo mi cirujano poco
después.
La
ambulancia llega a las 10 de la mañana. El conductor no ha recibido la orden de
un traslado urgente. Han pasado quince minutos de viaje y una llamada
telefónica volvería a golpearme indirectamente. “Tengo que volver a la Arrixaca a recoger a un paciente que le han dado
el alta y va para Caravaca también”, explica sin preocupación el chófer del
vehículo sanitario. Mi madre empieza a inquietarse mucho, pero no le recrimina
nada hasta que pasamos otra hora de reloj esperando a la pareja de ancianos.
A las
12:30 justas llego a mi destino. Mi cirujano se percata muy pronto de mi estado
y en media hora estoy en quirófano. Duermo mientras me intervienen y cuando
vuelvo a la vida parece que todo ha salido bien. Pero la suerte no está de mi
lado, la noche del 7 de noviembre resulta ser de las peores de mis veinte años
de vida. Mis arcadas para vomitar son incesantes, aunque solo expulso algo de
espuma y un líquido verdoso. El médico de guardia recomienda la sonda
nasogástrica y las enfermeras me la colocan. Mi nariz sangra y el dolor es tan
intenso que no puedo calificarlo. De poco sirve, sigo toda la noche en un
estado terrible.
Aquel
doctor dijo que era normal y no pidió más pruebas. Tal fue su equivocación, que
no volvió a pasarme consulta nunca más. Las horas pasaban, seguía igual de mal
y esperaba ansioso al médico de la mañana. En mi auxilio acudió mi médico, una
nueva cita con quirófano.
En la cama, el último día ingresado |
El proceso se repite, aunque esta
vez abren por debajo del ombligo para limpiar toda la infección. Me cuesta más
regresar, la anestesia me ha sacudido con más fuerza. Eso sí, estoy curado
definitivamente y para el recuerdo, tengo una cicatriz de treinta grapas.
En total,
paso 18 días ingresado con una evolución posoperatoria favorable. No me imagino
un nuevo incidente y sin embargo, cuando ya veo la luz al final del túnel…
tengo infección de orina. Y no solo eso, sino que tampoco puedo orinar por mí
mismo. El sondaje se repite después de que mi vejiga esté a punto de explotar y
los dolores tremendos acaben conmigo. Mi estancia en el hospital se alarga.
“No puedo
estar otro fin de semana aquí, que estoy desesperado ya mamá. Encima, hay
fútbol y para estar aquí, estoy en mi casa…”, le digo a mi madre con
exasperación.
Una
enfermera muy amable consigue que el médico me otorgue un permiso de fin de
semana para estar en mi casa, no me quiero perder el derbi madrileño. Me
preparo y antes de marcharme, entrego a las enfermeras unas cajas de bombones
como regalo de agradecimiento por el trato recibido. Estoy contento, aunque me
preocupa tener que orinar por sonda. El urólogo me ha explicado: “Pínzala y
cuando te den ganas de mear, vas al váter, quitas el tapón y orinas. Así, la
vejiga va trabajando”.
Según este
especialista, el Dr. Murcia, las dos anestesias generales que me suministraron
han provocado este efecto secundario. “Puede
pasar, pero yo es la primera vez que lo veo en una persona joven. Normalmente,
las personas mayores lo padecen más por la vejez del órgano”, nos informa mi
cirujano con confusión y asombro.
El domingo
por la noche vuelvo a mi habitación. Aviso a las enfermeras y me duermo pronto.
No obstante, un fuerte dolor me despierta a las 6 de la mañana. Es en la zona
de la operación, por dentro. “Es muy probable que sean gases”, afirma el médico
que pasa consulta a las 9. Tomo paracetamol varias veces y al día siguiente
estoy bien.
Por otro
lado, extraen la sonda y por fin recupero la normalidad. Todo funciona
correctamente. El sufrimiento se ha terminado. ¡Qué felicidad! ¡Me voy de alta!
Un cúmulo de errores
El primero
de los despropósitos es más bien una actitud reprochable. Todos los conocedores
de este caso coinciden en que un profesional sanitario no puede dirigirse con
esas formas a una persona que está sufriendo y que ha avisado para que la
trasladen al hospital lo antes posible. En una capital como es Murcia hay gente
de muchas otras zonas de la región, o incluso de otras comunidades. Es normal,
ocurre en todas las capitales. Por lo tanto, no es motivo de sorpresa encontrar
en un piso de estudiantes un chico que es de Bullas con un problema de salud.
En la actualidad, los ciudadanos viajan mucho por diversas razones: trabajo,
ocio, turismo, estudios, etc… y no están a salvo nunca de sufrir una emergencia.
Estos imprevistos los puede tener cualquiera esté donde esté.
Eso se
queda en una simple anécdota cuando le sigue un error bastante más serio e
importante. En el código ético de los médicos figuran cuatro principios
fundamentales que deben respetar en el ejercicio de su profesión y a modo
general, hay que resaltar que: “El
paciente es lo primero y la salud en sí misma es innegociable”. La
conclusión que se extrae es que no se puede anteponer un tema administrativo
–como en este caso- a la salud de una persona. Se trata de una actitud ética y
humanamente incorrecta el derivar a otro hospital a un paciente que tiene una
enfermedad, que con el paso del tiempo empeorará e incluso puede acabar con su
vida. Aquí entra en juego la calificación de urgente o no urgente, si
puede esperar o no para ser operado. La prueba final es reveladora: de
apendicitis a peritonitis.
Un fallo
del médico al considerar que podían pasar unas horas, ya que esto condiciona la
siguiente equivocación: el traslado al hospital correspondiente. Existen varios
tipos de transportes sanitarios y uno de ellos es el “no urgente no
programado”. Así lo definen desde la consejería de sanidad:
El
traslado se pudo efectuar incluso esa misma noche. Al no valorarse como
urgente, pueden pasar hasta doce horas. Pero si en la propia solicitud se
especifica que el traslado debe realizarse en un tiempo menor, así se hace.
Otro error importante que se agrava más cuando
-ya en carretera- la Arrixaca llama al conductor para que regrese a por
otro paciente, cuya salud no revestía ningún peligro por ser un alta médica. Y
encima, otros 60 minutos más de espera con el vehículo detenido. Una situación
inédita donde el sufrimiento y el miedo de una madre se enfrentaban a la
tranquilidad y la parsimonia en un momento crítico.
Y la serie
de fallos no se queda ahí. Tras consultar con enfermeras y acudiendo a la
legislación, se comprueba que en esa transferencia interhospitalaria se
cometió una ilegalidad: no acompañó ningún enfermero/a como mínimo, cuando
el paciente llevaba colocada una vía por la cual entraban los medicamentos. Eso
está prohibido.
Lo que dictan las leyes:
Los
ciudadanos tenemos derecho a ser atendidos en un hospital que no es el
“nuestro” y con más motivo si es una urgencia. Así lo afirma el artículo 24
sobre garantía de movilidad, de la Ley 16/2003 del 28 mayo, de cohesión y
calidad del Sistema Nacional de Salud:
“El acceso a las prestaciones
sanitarias reconocidas en esta ley se garantizará con independencia del lugar
del territorio nacional en el que se encuentren en cada momento los usuarios
del Sistema Nacional de Salud”.
A esto hay
que sumarle nuestro derecho a la igualdad, que garantiza unas actuaciones
médicas igualitarias y sin discriminación por circunstancias personales o
sociales.
En una resolución
del SMS también se especifican las causas de traslado sanitario y cabe
destacar la siguiente:
“Necesidad de atención sanitaria en
el menor tiempo posible, por procesos que comportan riesgo vital (emergencias)
o por posible aparición de daños irreversibles, secuelas o problemas añadidos
si hay demora en la atención”.
Es decir,
se debe avisar e informar a la ambulancia de un traslado cuanto antes porque la
enfermedad puede empeorar con el tiempo.
La enfermedad
Atendiendo a libros y páginas web
oficiales de medicina, la apendicitis aguda es una urgencia quirúrgica
abdominal que consiste en la inflamación del apéndice como consecuencia de
la infección bacteriana. Se desconoce la causa real de la aparición de esta
dolencia. Sus síntomas son escalofríos, fiebre, náuseas y vómitos, así como el
dolor inicial alrededor del ombligo. Existen cuatro etapas evolutivas, siendo
la última una apendicitis gangrenosa, en la que las paredes del apéndice
se van debilitando y éste se vuelve de color negro. El resultado es la
perforación apendicular y la contaminación de la cavidad abdominal.
Apendicitis. Fuente: medlineplus.gov |
A
continuación, pueden derivarse dos tipos de peritonitis: la
circunscrita, que es la más frecuente; y la aguda difusa (la que sufrió
el chico) que suele darse en casos de evolución muy rápida o en personas con
las defensas generales debilitadas (ancianos) y locales (niños). La peritonitis
es una irritación del peritoneo, un tejido que cubre la mayoría de los órganos
abdominales. Se debe tratar inmediatamente ya que puede llegar a ser mortal y
causar complicaciones. La más grave es la que ataca al hígado.
El Dr. Amando Moreno Gallego
Mi
cirujano, mi salvación. Tengo un enorme agradecimiento para el médico que me
curó en los peores momentos de mi vida. Porque no fue ni una ni dos veces, sino
tres. Lo imagino equipado con su traje verde, largo y fino, su mascarilla de
igual color y un reluciente calzado, todo ello muy propio de estar
frecuentemente en los quirófanos salvando vidas. Recuerdo cómo se asomaba por
mi habitación para verme, siempre que podía. “¿Qué tal vamos, campeón?”, se
interesaba por mí. Cuando estaba bien, le regalaba una sonrisa. Cuando no, le
dejaba actuar: “Deja que te observe, que a mí las manos me dan mucha
información”. Era su frase estrella. Hasta en dos ocasiones diferentes colocó
sus dedos en mi parte abdominal, frunció el ceño y con expresión preocupante,
se marchó sin mediar palabra. Algo sucedía. Poco después, un celador vino en mi
búsqueda para acudir a una prueba que determinó una segunda operación (día 8) y
un nuevo sondaje (día 17). Gracias al Dr. Moreno y sus apariciones sorpresa. Un
hombre muy profesional y correcto en su labor médica, pero más todavía en el
trato personal. Cada decisión suya provenía de momentos pensativos. Con su mano
en la barbilla, meditaba y sobre todo, acertaba. Conmigo acertó tres veces.
Gracias, doctor.
Repercusión del caso
Una historia
tan dramática y humana como esta, merece ser contada. La gente debe saber que
no está a salvo ni en un hospital. No siempre te puedes fiar de lo que digan o
decidan los médicos. Con un artículo de opinión publicado en elperiodicum.es
–donde soy redactor- he conseguido dar a conocer mi caso y que se intenten
tomar medidas para que no vuelva a suceder. Más de 120.000 visitas y más de 1.200
veces compartido en Facebook. Periódicos y radios de Murcia me han entrevistado
y se ha logrado llegar al parlamento de la mano del PSOE. Según la consejera de
sanidad, Encarna Guillén, se abrirá una investigación para comprobar si sucedió
todo lo que cuento en mi escrito y en ese caso, actuar.
Otros testimonios similares
Muchos son
los sucesos de errores médicos que se cometen en los hospitales españoles y sin
embargo, estas historias no salen a la luz. Las denuncias o reclamaciones no
trascienden al ámbito público y en pocas ocasiones logran su propósito. Los
medios de comunicación son ahora la mejor arma para difundir y presionar a los
poderes gubernamentales con el fin de que estos problemas se solucionen, porque
el mío no es un caso aislado.
Los propios
protagonistas o familiares relatan así sus experiencias:
“Hace unos 6 años llevé a mi pareja al Hospital Reina Sofía de Murcia por un dolor insoportable. Le diagnosticaron una apendicitis muy avanzada. Después de una espera interminable nos dicen que no pueden operarlo porque es de Cartagena y tiene que ir a su hospital. Pido llevármelo en mi coche pero no me dejan. La ambulancia llegó a las 9 de la noche, cuando había ingresado a las 12 del mediodía. Tantas horas de espera que complicaron la intervención, hasta once días hospitalizado”, cuenta María Luna Pérez.
“A mí me hicieron algo parecido en el hospital de Albacete. Soy de Valencia, pero estaba allí de vacaciones y me rompí la tibia y el peroné. Me dejaron tirada como un perro en la puerta del hospital porque decían que era de otra comunidad y no podían trasladarme en ambulancia. Tuvo que ir un familiar a recogerme, de las horas que pasaron casi me quedo coja con 32 años”, explica Raquel Fernández Martínez.
Los mismos
sanitarios se muestran en desacuerdo con estas actuaciones:
“Pertenezco al SMS y me indigna que haya tanta burocracia. ¿Qué no se te atienda por empadronamiento? ¿Qué dentro de España no tengamos asistencia sanitaria según donde estemos? La asistencia debe ser gratuita y universal para todos, está en nuestro derecho”, expresa Laura Martínez Pulido, enfermera y matrona.
“Desgraciadamente esto es así. Cuando estaba en el hospital Los Arcos había un chico con apendicitis y lo mandaron al Reina Sofía porque era de Murcia. Yo flipé, pues soy sanitaria y siempre el bienestar del paciente va primero. Se opone a cualquier norma de sentido común”, opina la auxiliar de enfermería Davinia Alcaraz Martínez.
Conclusión
Si
analizamos bien la historia, el primer fallo que desencadena el resto de despropósitos
es meramente médico: calificar una
apendicitis aguda muy avanzada de “no urgente”. Una valoración totalmente errónea ya
que, como hemos comprobado, ese diagnóstico es de intervención inmediata.
Por otro
lado, se puede operar a un paciente a pesar de que no le pertenezca ese
hospital y en caso de un traslado, se puede efectuar mucho antes.
Los
médicos reconocen que se deben analizar dos aspectos: la gravedad de la
enfermedad y por tanto, la urgencia o no de la operación; el hospital de
pertenencia y en caso de ser otro, calcular el tiempo total de traslado
atendiendo a la distancia en kilómetros y la hora de recogida de la ambulancia;
y entonces, decidir si se interviene o si el paciente puede ser transferido a
su hospital, sin que empeore su salud. Cuando se trate de urgencias, se debe
dejar en segundo plano el ámbito administrativo.
En España
existen dificultades económicas, políticas, sociales… y un largo etcétera. Pero
el campo sanitario debe ser el primordial en el que se actúe para solucionar
los problemas. No se juega con dinero, sino con unas vidas humanas que confían
en la calidad de los servicios médicos. Con sucesos así, esa confianza se está
perdiendo. No lo podemos permitir.
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